Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

SEGUNDA PARTE DEL LIBRO QUINTO
DE LA HISTORIA DE LA FLORIDA DEL INCA





Refiere cómo los españoles determinaron desamparar la Florida; un largo camino que para salir de ella hicieron; los trabajos incomportables que a ida y vuelta de aquel viaje pasaron hasta volver al Río Grande; siete bergantines que para salir por él hicieron; la liga de diez caciques contra los castellanos; el aviso secreto que de ella tuvieron; los ofrecimientos del general Anilco y sus buenas partes; una brava creciente del Río Grande; la diligencia en hacer los bergantines; un desafío del general Anilco al cacique Guachoya, y la causa por qué; el castigo que a los embajadores de la liga se les hizo. Contiene quince capítulos.







CAPÍTULO I



Determinaron los españoles desamparar la Florida y salirse de ella



Con la muerte del gobemador y capitán general Hernando de Soto no solamente no pasaron adelante las pretensiones y buenos deseos que de poblar y hacer asiento en aquella tierra había tenido, mas antes sus capitanes y soldados volvieron atrás y se trocaron en contra, como suele acaecer dondequiera que falte la cabeza principal del gobierno. Que, como todos los capitanes y soldados del ejército hubiesen andado descontentos por no haberse hallado en la Florida las partes que pretendían, aunque tenía las demás calidades que hemos dicho, y como hubiesen deseado salirse de ella y que sólo el respeto del gobernador les hubiese refrenado (muerto él), de común consentimiento de los más poderosos fue acordado que, lo más presto que les fuese posible, saliesen de aquel reino. Cosa que ellos después lloraron todos los días de su vida, como se suele llorar lo que sin prudencia ni consejo se determina y ejecuta. Y el contador Juan de Añasco, que, como ministro de la hacienda de su rey y caballero y hombre noble por sí y uno de los que más habían trabajado en este descubrimiento, estaba obligado a sustentar la opinión tan acertada de su capitán general y a salir con su empresa y conquista, siquiera por no perder lo trabajado, pues para todos ellos era de tanta honra y provecho y para la corona real de España de tanta grandeza, majestad y aumento, como hemos visto, no solamente no contradijo a los demás capitanes y caballeros, que eran de parecer que dejasen aquel reino, mas antes él mismo se ofreció a los guiar y sacar con brevedad al término y jurisdicción de México, porque se picaba de cosmógrafo y presumía, en su ciencia, ponerlos presto en salvo, no mirando las provincias largas y los ríos caudalosos, los montes ásperos y estériles de comida, las ciénagas tan dificultosas que habían pasado, antes lo allanó todo. Porque ésta nuestra ambición y deseo, cuando se desordena, suele facilitar los trabajos y allanar las dificultades de sus pretensiones, para después dejarnos perecer en ellas.

Dioles ánimo y osadía para esta nueva determinación la memoria de ciertas nuevas falsas que el invierno pasado y el verano antes los indios les habían dicho que, al poniente, no lejos de donde ellos andaban, habían otros castellanos que andaban conquistando aquellas provincias. Estas hablillas pasadas resucitaron los españoles en su memoria y, haciéndolas verdaderas, decían que debía ser gente que hubiese salido de México a conquistar nuevos reinos y que, según los indios decían, no debían de estar lejos los unos de los otros; que sería bien los fuesen a buscar y, habiéndolos hallado, les ayudasen a conquistar y poblar, como si ellos no hubieran hallado qué conquistar ni tuvieran qué poblar.

Con este común consentimiento, tan mal acordado, salieron nuestros españoles de Guachoya a los cuatro o cinco de julio, enderezando su viaje al poniente con intención de no torcer a una ni a otra parte, porque les parecía que, siguiendo aquel rumbo, habían de salir a tierra de México, y no miraban que, según su misma cosmografía, estaban en mucha mayor altura que las tierras de la Nueva España.

Con el deseo que llevaban de verse en ellas, caminaron más de cien leguas, a las mayores jornadas que pudieron, por diferentes tierras y provincias que las que hasta entonces habían visto, empero no tan fértiles de comida ni tan pobladas de gente como las pasadas, y no podremos decir cómo se llamaban estas provincias, porque, como ya no tenían intención de poblar, no procuraban saber los nombres ni informarse de las calidades de las tierras, sólo pretendían pasar por ellas con toda la prisa que podían, y por esto no tomaron los nombres ni pudieron dármelos a mí.